domingo, 25 de noviembre de 2012

DOCTORADO Y DOCTORITIS


El doctorado como grado académico, es el más alto rango o jerarquía que otorgan la mayoría de las universidades, para acceder a él, se deben cumplir ciertas condiciones entre las que se encuentran la aprobación de un número mínimo de unidades crédito, representadas por seminarios doctorales o actividades sustitutivas que demuestren el dominio del aspirante en la materia correspondiente, además debe realizarse una tesis doctoral de carácter inédito y de tema innovador, con altos niveles de rigurosidad científica.

Sin embargo la influencia española en Latinoamérica es aún demasiado alta. Todavía necesitamos de los reconocimientos sociales para desarrollar el sentido de pertenencia y por ello nos acostumbramos a los prefijos sustitutos de los títulos nobiliarios propios de la colonia, por ello era muy común llamar a la gente de acuerdo a su estirpe con los calificativos de don o doña y posteriormente, gracias a la expansión de la educación vimos el estatus social que proporcionaba en título de bachiller y luego el de licenciado o licenciada y cuando esto no bastó, hubo la necesidad de hacerse llamar Doctor, surgiendo así la doctoritis como sustituta de algún título nobiliario imaginario pero productor de altos niveles de autoestima que nos hacen competir sin problema alguno con ciudadanos de otras latitudes tenidos como creídos o prepotentes.

Como vemos en la actualidad, aun existe una exquisita predilección por la tentación de hacerse llamar doctor y algunas profesiones como médicos, abogados, odontólogos entre otros, así también lo hacen. Al proliferar y masificarse estos estudios, con preocupación observamos que muchos aspirantes a estos, no lo hacen por la necesidad investigativa ni de profesionales de alto nivel para contribuir al desarrollo del país, sino por la estatus social que da el llamado título de Doctor.

Pero volviendo al mundo académico, tomamos algunos criterio del Dr. Víctor Morles expresados en el Volumen Nº 1 de las Ediciones del Centro de Estudios e Investigaciones sobre Educación Avanzada, Coordinación Central de Estudios de Postgrado, Universidad Central de Venezuela, 1996, acerca de la historia del Doctorado y encontramos allí lo siguiente: Lo primero y más elemental sobre este tema es que casi siempre se olvida que la palabra doctor proviene del latín "doctum", un derivado de "docere”, que significa simplemente enseñar. En la época del Imperio romano se utilizaba esta palabra para referirse a quienes se dedicaban a alguna enseñanza sistemática, tales como los jurisconsultos, los profesores de letras o artes, los maestros de escuela, así como los instructores de artistas, gimnastas, gladiadores, cocheros y soldados. Por otra parte, la connotación de dignidad que casi siempre acompaña a este título, proviene, según algunos autores (EUIEA, 1930), del hecho que los judíos, desde la antigüedad, llamaban rabbis [es decir, maestros], o doctores, a quienes se distinguían por su conocimiento de la Ley judaica y, en tal sentido, ellos eran los encargados de conservar, interpretar, enseñar y aplicar dicho precepto.

Los primeros títulos, es decir, las primeras constancias escritas, de doctor fueron otorgados, con carácter honorífico, por la Iglesia cristiana en el siglo XII a los llamados "Doctores de la Iglesia", que, por cierto, no deben confundirse (aunque algunos tuvieron doble rol), con los "Padres" de la Iglesia, quienes son encomiados no por sus conocimientos sino por sus obras o sacrificios en función de la Fe.

Entre los primeros Doctores de la Iglesia están: Tomás de Aquino, llamado "Doctor angelicus"; Ramón Llul, "Doctor singularis"; Juan de Gerson, "Doctor angelicus"; Rogerio Bacon: Doctor mirabilis"; Buenaventura, "Doctor seraphicus", así como Agustín, Gerónimo y Gregorio Magno, todos ellos personalidades extraordinarias. Este título era otorgado para dar constancia de la presencia de una personalidad eclesiástica destacada por su eminente doctrina, su vida santa y su perfecta ortodoxia (EI, 1949). En estos reconocimientos está el origen de los doctorados honorarios con los cuales todavía en el siglo XX las universidades honran a personalidades del mundo de la cultura o la política.

Lo cierto es que el término "doctor" históricamente ha tenido diversas connotaciones, pero la dominante ha sido casi siempre la que aquí nos interesa, o sea, la que lo identifica como el título académico más alto que confieren las universidades a sus graduados. La diversidad semántica es tan grande en este sentido que inclusive en la Biblia se hace frecuente referencia a algunos "doctores" y los primeros sacerdotes cristianos eran identificados con tal calificativo.

Después del siglo XII se van creando universidades en diferentes ciudades de Europa. La de París, en contraposición con la de Bolonia, es fundada por la Iglesia, con dominio total de los maestros sobre los alumnos. Es la universidad autoritaria que todavía se conserva en muchos sitios. Luego aparecen las universidades de Salamanca, Oxford, Cambridge, Viena, Praga, etc, unas tratando de imitar a las ya establecidas y otras revisando las estructuras existentes. Esto hace que comience cierta confusión terminológica, particularmente con respecto a los grados universitarios, sobre todo el más alto, al utilizarse los términos de Magister, Profesor y Doctor, inclusive el de Escolástico, para referirse a veces a lo mismo y a veces a cosas diferentes, cuando en verdad todos ellos significan, simplemente, persona que enseña o es capaz de enseñar. Por otra parte, casi desde el principio la gente culta distinguía entre los "doctores bullati", cuyos títulos eran conferidos fuera de las universidades por los papas o los emperadores, y los "doctores rite promoti" producto de alguna forma de examen universitario.

Durante la Edad Moderna (1453-1789), el número de doctores fue creciendo progresivamente y adquiriendo cada vez mayores privilegios, por lo cual fue aumentando también el número de aspirantes, que no siempre eran al título en sí ni a sus saberes implícitos sino a las prebendas que lo acompañaban. Comenzaron entonces los abusos, la corrupción y la degeneración del título.

El advenimiento de la Revolución Industrial y la toma del poder por la burguesía, acaban con la sociedad feudal e imponen el sistema capitalista a nivel mundial. Esto repercute en la estructura educacional y universitaria. La ciencia y la tecnología se desarrollan aceleradamente en esta época convirtiéndose poco a poco en factores directos de la producción material; y la educación, por su parte, deja de ser pasatiempo de nobles para convertirse en factor importante en la capacitación de mano de obra para la industria. La universidad adquiere ahora valor no solamente educacional y profesional sino también político y económico. Aparece por ello la necesidad de diversificar y profundizar los estudios superiores: se formaliza la educación de postgrado como nivel distinto del grado profesional y el doctorado se convierte en el principal componente de ese nivel.

En Venezuela, "Los estudios de Doctorado tienen por finalidad la capacitación para la realización de trabajos de investigación original que constituyan aportes significativos al acervo del conocimiento en un área específica del saber. Estos estudios darán opción al título de Doctor con la mención correspondiente."

(CNU; Normas de Acreditación de los Estudios para Graduados, Caracas, 1983; Art 17).

Conversando días atrás con colegas de otras instituciones universitarias sobre la calidad actual de los doctorados, existe consenso en sus opiniones que la masificación de los estudios le ha restado calidad, que las tesis actuales parecen de Maestría y en algunos de Especialización ya que no producen aportes a las ciencias, sino que cumplen que requisitos metodológicos para su aprobación pero perdiendo la esencia de las investigaciones doctorales para producir nuevos saberes.

Estas opiniones atizan la discusión y traigo a colación la postura del Maestro Restituto Sierra Bravo, quién da la pelea contra algunas posturas radicales que descalifican los trabajos documentales como de nivel doctoral. Hay para todos los gustos pero cada uno de nosotros debe fijar posición y contribuir con la ciencia y al bienestar de la humanidad desde su propia trinchera o postura, lo cierto es que no debemos permanecer callados ya que hacemos más daño así que opinando.

La realidad actual nos exige profundizar las investigaciones, pero encontramos también en el camino a quienes hacen de esta noble y loable labor su propio "negocio". Cuando el enfoque mercantilista prevalece sobre el enfoque académico y la pelea se hace por conjugar ambas posturas, algún sacrificio debe hacerse y para no perder la calidad en esta pelea, debe recurrirse entonces a personal calificado y de alto nivel, sensibilizado con ambas posturas para poder conjugarlas y evitar que se prostituya la investigación, la ciencia y los estudios doctorales. Estos deben preservar de alguna manera su criterio de seguir siendo el más alto nivel para el bienestar de la humanidad.

Algunas instituciones y algunos personeros han respondido a esta situación con los estudios postdoctorales como consecuencia directa de la necesidad de seguir subiendo en la pirámide elitesca de los saberes y frente a la masificación de los doctorados han creado nuevos criterios, pero la pregunta obligatoria es: ¿si esta es la solución?

La discusión está abierta: ¿deben seguir siendo elitescos los estudios doctorales?, ¿los doctorados especializados no son sustitutos de las especializaciones y las maestrías?, ¿cómo diferenciamos ahora las investigaciones de especialización, maestría y doctorado?, ¿El postgrado como cuarto nivel del sistema educativo estará cumpliendo con su misión?

Las respuestas solo pueden ser dadas a través de la investigación propia de este nivel de estudios y debemos impulsar la discusión, de lo contrario, nos convertiremos en cómplices por acción que no por omisión, de la pérdida de la calidad y con ello del objetivo previsto por la ley para este tipo de estudios y su contribución al mejoramiento de la calidad de vida de la humanidad.