sábado, 13 de febrero de 2016

RETOS DE LA DOCENCIA UNIVERSITARIA

El escenario donde debe desenvolverse el docente universitario está caracterizado por ciertos rasgos significativos y representativos del fenómeno cambiante de la realidad que nos circunda, como por ejemplo: globalización, multiculturalidad, revolución tecnológica, incertidumbre valorativa, transcomplejidad, protagonismos, de allí que corresponde al docente ser el facilitador de cambios en el contexto educativo, por ser el papel importante que se relaciona directa (enseñanza presencial) e indirectamente (enseñanza virtual) con el alumno, es el moderador en los espacios de discusión en el aula, es el guía, el orientador, es uno de los elementos que complementa el currículo, mismo que ejecuta junto con el currículo oculto y es también, quien evalúa los aprendizajes.
La docencia universitaria como profesión comprende aspectos científicos, técnicos y  del  quehacer cotidiano que exigen reflexión,  creación y transformación  permanente  que constituye la  praxis educativa, entendida ésta, como la reflexión y acción del docente sobre su práctica para transformarla. La  praxis puede verse como la práctica social que  se concibe  en un conjunto de actuaciones de los actores sociales, con las que se pretende satisfacer sus necesidades y que implica unas acciones operativas, actitudes y comportamientos. En el contexto educativo, los términos praxis y práctica tienden a ser utilizados indistintamente. En la praxis  reside el éxito del docente, su efectividad y acierto con los estudiantes, una cualidad innata del docente relacionada con su capacidad comunicativa y de manejo de grupos, relaciones humanas, de autoridad ganada  en la comprensión de situaciones y en la intuición de su manejo, en tanto que la práctica es entendida como el modo instrumental, técnico y repetitivo  del saber enseñar. (Alejo Sayago Méndez)
Para María Dolores García Fernández, la formación de profesores universitarios, ha tenido generalmente como modelo, la observación e imitación de un maestro, el más antiguo de todos. Si se define la formación del profesorado simplemente como educación de aquellos que llegan a ser maestros (profesores), su historia es prácticamente coincidente con la Educación misma. Aparte de los consejos y principios acerca de cómo enseñar, escritos por grandes maestros como Quintiliano, Vives, Erasmo, Montaigne o Comenio, las Escuelas Superiores y las Universidades Medievales elaboraron un primer esquema formativo de sus profesores, consistente en la superación de los exámenes para la obtención de los grados académicos, que abrían la puerta de la docencia. El título de “Maestro” constituía el certificado de admisión al gremio de los profesores profesionales. La herencia de este esquema ha caracterizado hasta muy recientemente la formación del profesorado de enseñanza media y universitaria y aún pueden detectarse sus rasgos en la actualidad.
La teoría y la realidad de la formación del profesorado están plagadas de insuficiencias y contradicciones. En los últimos años, la preocupación que el tema despierta ha generado multitud de publicaciones, conferencias y congresos tanto nacionales como internacionales, que han originado la reconceptualización de las funciones de la acción formativa, expresión a su vez, del cambiante significado de profesionalidad. Preparar a los docentes como profesionales de la enseñanza significa, en primer lugar, que ha llegado el momento para que el servicio social de la educación exija de las personas que lo prestan no sólo unas competencias específicas, sino un desarrollo profesional que se adquiere progresivamente en un proceso altamente especializado en el que se interrelacionan cognitivamente el conocimiento del contenido con el conocimiento didáctico del contenido. Cualquier persona que domine un campo del saber puede, ciertamente, en principio enseñarlo, pero sería muy importante para la calidad universitaria una seria reflexión personal e institucional sobre si con ese dominio basta.
El docente universitario del siglo XXI está inmerso en un contexto social y académico bastante complejo al que no puede responder totalmente, a pesar de su máximo interés, con las necesidades emergentes de un alumno cada vez más exigente y con poca base de preparación. Se puede afirmar que son múltiples los retos con los que se enfrentan en su día a día pedagógico y estos son: los propios alumnos que no acceden al nivel universitario con la base requerida, poniendo en duda al sistema educativo que no forma hábitos mínimos de trabajo en los egresados del nivel medio, requiriendo tal vez una evaluación nacional para la entrega de los títulos de bachiller, corroborando las competencias mínimas para el nivel.
Las clases y los docentes: el implantar dinamismo en las clases no es tarea fácil, implica que el docente tuvo que apoyarse con la tecnología, con las metodologías activas para el desarrollo de los contenidos académicos, que a su vez deben responder a las competencias que deben desarrollar los estudiantes dentro de la universidad, las clases deben poseer trabajos de investigación y no deben ser meros lugares donde se transmite de persona (docente) a persona (alumno) una cantidad de contenidos preestablecidos por una institución regente.
Política Institucional: no solo en nuestro país hay problemas de bajos salarios a los docentes o la no modificación de las mallas curriculares, sino en toda América Latina, pero eso no es consuelo. Las Universidades requieren cambiar de paradigmas para dar respuesta a las nuevas necesidades del mercado.
La Sociedad: cada vez más violenta y exigente, ya que es la que determina el nuevo tipo de hombre profesional que necesita salir de una institución de nivel universitario, al mismo tiempo que es la que condiciona el estilo de vida estudiantil.
En cuanto a los docentes, en la universidad tenemos que asumir también las exigentes tareas de ser "formadores" y "educadores". El término latino " educere "significa "sacar de algo lo que está potencialmente contenido en ello". Educador es, "el que ayuda a crecer, a partir de lo que se tiene". En cada uno de nuestros estudiantes existen "en potencia" con posibilidad de llevarse a realización, energías latentes, tesoros millonarios que sólo esperan a alguien que los ponga en movimiento, los libere, los ayude a actuar.
El buen docente, fuera de ser eminente en conducir el proceso de enseñanza aprendizaje de su propia área, es el que contribuye también a formar la personalidad total del universitario en los aspectos intelectual, cultural, artístico, deportivo, ético y religioso, en los campos de la salud física y mental, en la maduración de la personalidad, en la actitud de servicio a la sociedad en la cual vivimos, personalidad total que deberá caracterizar al egresado.
Para Padrón (2004), la labor del docente en el marco de las nuevas tendencias y paradigmas educativos, debe guiarse por los siguientes criterios: su capacidad para orientar, mediar, facilitar, es decir, trascender hacia la verdadera comprensión del alumno, por otro lado, propone y genera una gestión del conocimiento, que dista mucho de las apropiaciones meramente intelectuales, porque da cabida a una labor pedagógica que se redimensiona en sí misma, pero sin entropía, y acoge la diversidad del medio como razón externa e interna de su propia existencia social y multicultural.
Por tanto el docente universitario debe desarrollarse como un gestor de las transformaciones sociales, con la misión de buscar que la educación impartida esté centrada en valores humanos y sociales y no sólo en la transmisión de los  saberes, ya que la formación del individuo debe ser profunda y sensible en cuanto al compromiso social, la conservación y respeto de la diversidad cultural y del ambiente, la superación personal mediante el autoaprendizaje, el fortalecimiento de la autoestima y el desarrollo de la apreciación por el arte en todas sus manifestaciones.
Como decía Combs, algunas mejoras en educación pueden conseguirse invirtiendo dinero, construyendo mejores escuelas (en este caso mejores Universidades), e introduciendo nuevas materias, nuevos planes de estudio o nuevos recursos o técnicas, pero los cambios importantes se producirán solamente cuando los profesores cambien. Más, ¿qué tipo de formación recibe el profesor universitario y a qué modelo de formación responde?
En toda formación profesional se suelen diferenciar dos etapas, aunque en relación con la formación de docentes pensamos que ellas se suceden naturalmente y no existen escalones que las separen. La formación inicial y permanente del profesorado se complementan en un todo continuado, que se corresponden con los mismos ciclos vitales y personales del profesorado, en función de las necesidades que la sociedad les demanda.
Para Shavelson y Stern, su trabajo se desarrolla en un entorno complejo e incierto, donde cada situación que se le plantea es un nuevo dato para tomar decisiones, por lo que surge una visión de los docentes como sujetos que toman decisiones y que requiere una preparación necesaria en cuestiones instruccionales y curriculares. Es evidente que la práctica activa y responsable de los profesores es crucial para la introducción de innovaciones en las instituciones educativas. Los conocimientos y experiencias de un curriculum orientado a la reflexión, solución de problemas y planificación de la enseñanza, constituirían una base fundamental para organizar los programas de formación del profesorado.
Díaz (2001), define la enseñanza universitaria como un proceso fundamentado en un estudio multidisciplinario que está comprometido con el desarrollo integral del aprendiz, con la cultura y la ética profesional, con las transformaciones sociales y con el modelo sociopolítico del país. En consecuencia, el docente universitario es una figura clave en el proceso socioeducativo, por lo tanto, la universidad debe responsabilizarse de su formación permanente para así garantizar un óptimo proceso de interaprendizaje y mejorar la calidad académica y profesional de sus egresados.
Ya que el rol del docente debe estar orientado a formar profesionales integrales, que además de ser capaces de desempeñarse en un área específica del conocimiento, sean capaces de percibir la realidad como una sola, como una unidad compleja y no como un conjunto de parcelas de conocimiento separadas, Gamus, expresa que: la tendencia en las nuevas propuestas de educación es fortalecer la formación integral del ser humano, una formación general con base en sus componentes científicos, tecnológicos, éticos y humanísticos para promover transformaciones sociales.

En la sociedad actual y en la denominada sociedad del conocimiento, se requieren de profesionales con alto sentido crítico y ético, que tengan una formación integral técnica, científica, social y humanística, y que sean capaces de dar respuestas a las crecientes exigencias a las que se enfrentarán en su vida profesional como ciudadanos y seres humanos. Sin embargo, para que esto sea posible, es necesario en primer lugar, que el docente asuma una actitud crítica desde y en su propia formación, la cual, lejos de centrarse solamente en la actualización en los últimos avances del conocimiento de su materia específica, sea asumida desde la perspectiva de la formación integral fundamentada en cinco componentes: ético, pedagógico, científico, humanístico y tecnológico. El docente formado desde esta nueva visión será capaz de: elevar las potencialidades de cada ser humano a quien le corresponda formar, conducir experiencias significativas de aprendizaje, más acordes con las necesidades reales actuales, conducir un proceso de interaprendizaje más armonioso, que gire en torno al estudiante como centro y eje del mismo, contribuir, con sus investigaciones al desarrollo de la ciencia y la humanidad, ayudar a sus estudiantes a que construyan sus propios conocimientos, en interacción con los recursos de aprendizaje, sus docentes y otros pares y utilizar las nuevas tecnologías al servicio y en beneficio de su práctica educativa. (Norelkys Espinoza y Mari Carmen Pérez Reyes)