El escenario donde debe desenvolverse el docente
universitario está caracterizado por ciertos rasgos significativos y
representativos del fenómeno cambiante de la realidad que nos circunda, como
por ejemplo: globalización, multiculturalidad, revolución tecnológica,
incertidumbre valorativa, transcomplejidad, protagonismos, de allí que corresponde
al docente ser el facilitador de cambios en el contexto educativo, por ser el
papel importante que se relaciona directa (enseñanza presencial) e
indirectamente (enseñanza virtual) con el alumno, es el moderador en los
espacios de discusión en el aula, es el guía, el orientador, es uno de los
elementos que complementa el currículo, mismo que ejecuta junto con el currículo
oculto y es también, quien evalúa los aprendizajes.
La docencia universitaria como profesión comprende
aspectos científicos, técnicos y del quehacer cotidiano que
exigen reflexión, creación y transformación permanente que constituye la praxis educativa, entendida ésta, como la reflexión y acción del docente sobre
su práctica para transformarla. La praxis puede verse como la práctica
social que se concibe en un conjunto de actuaciones de los actores
sociales, con las que se pretende satisfacer sus necesidades y que implica unas
acciones operativas, actitudes y comportamientos. En el contexto educativo, los
términos praxis y práctica tienden a ser utilizados indistintamente. En la
praxis reside el éxito del docente, su efectividad y acierto con los
estudiantes, una cualidad innata del docente relacionada con su capacidad
comunicativa y de manejo de grupos, relaciones humanas, de autoridad
ganada en la comprensión de situaciones y en la intuición de su manejo,
en tanto que la práctica es entendida como el modo instrumental, técnico y
repetitivo del saber enseñar. (Alejo Sayago Méndez)
Para María
Dolores García Fernández, la formación de profesores universitarios, ha tenido
generalmente como modelo, la observación e imitación de un maestro, el más
antiguo de todos. Si se define la formación del profesorado simplemente como
educación de aquellos que llegan a ser maestros (profesores), su historia es
prácticamente coincidente con la
Educación misma. Aparte de los consejos y principios acerca
de cómo enseñar, escritos por grandes maestros como Quintiliano, Vives, Erasmo,
Montaigne o Comenio, las Escuelas Superiores y las Universidades Medievales
elaboraron un primer esquema formativo de sus profesores, consistente en la
superación de los exámenes para la obtención de los grados académicos, que
abrían la puerta de la docencia. El título de “Maestro” constituía el
certificado de admisión al gremio de los profesores profesionales. La herencia
de este esquema ha caracterizado hasta muy recientemente la formación del
profesorado de enseñanza media y universitaria y aún pueden detectarse sus
rasgos en la actualidad.
La
teoría y la realidad de la formación del profesorado están plagadas de insuficiencias
y contradicciones. En los últimos años, la preocupación que el tema despierta
ha generado multitud de publicaciones, conferencias y congresos tanto
nacionales como internacionales, que han originado la reconceptualización de
las funciones de la acción formativa, expresión a su vez, del cambiante
significado de profesionalidad. Preparar a los docentes como profesionales de
la enseñanza significa, en primer lugar, que ha llegado el momento para que el
servicio social de la educación exija de las personas que lo prestan no sólo
unas competencias específicas, sino un desarrollo profesional que se adquiere
progresivamente en un proceso altamente especializado en el que se
interrelacionan cognitivamente el
conocimiento del contenido con el conocimiento didáctico del contenido.
Cualquier persona que domine un campo del saber puede, ciertamente, en
principio enseñarlo, pero sería muy importante para la calidad universitaria
una seria reflexión personal e institucional sobre si con ese dominio basta.
El docente
universitario del siglo XXI está inmerso en un contexto social y académico
bastante complejo al que no puede responder totalmente, a pesar de su máximo
interés, con las necesidades emergentes de un alumno cada vez más exigente y
con poca base de preparación. Se puede afirmar que son múltiples los retos con
los que se enfrentan en su día a día pedagógico y estos son: los propios
alumnos que no acceden al nivel universitario con la base requerida, poniendo
en duda al sistema educativo que no forma hábitos mínimos de trabajo en los
egresados del nivel medio, requiriendo tal vez una evaluación nacional para la
entrega de los títulos de bachiller, corroborando las competencias mínimas para
el nivel.
Las clases y los
docentes: el implantar dinamismo en las clases no es tarea fácil, implica que
el docente tuvo que apoyarse con la tecnología, con las metodologías activas
para el desarrollo de los contenidos académicos, que a su vez deben responder a
las competencias que deben desarrollar los estudiantes dentro de la universidad,
las clases deben poseer trabajos de investigación y no deben ser meros lugares
donde se transmite de persona (docente) a persona (alumno) una cantidad de
contenidos preestablecidos por una institución regente.
Política Institucional:
no solo en nuestro país hay problemas de bajos salarios a los docentes o la no
modificación de las mallas curriculares, sino en toda América Latina, pero eso
no es consuelo. Las Universidades requieren cambiar de paradigmas para dar
respuesta a las nuevas necesidades del mercado.
En cuanto a los docentes,
en la universidad tenemos que asumir también las exigentes tareas de ser
"formadores" y "educadores". El término latino "
educere "significa "sacar de algo lo que está potencialmente
contenido en ello". Educador es, "el que ayuda a crecer, a partir de
lo que se tiene". En cada uno de nuestros estudiantes existen "en
potencia" con posibilidad de llevarse a realización, energías latentes,
tesoros millonarios que sólo esperan a alguien que los ponga en movimiento, los
libere, los ayude a actuar.
El buen docente, fuera
de ser eminente en conducir el proceso de enseñanza aprendizaje de su propia
área, es el que contribuye también a formar la personalidad total del
universitario en los aspectos intelectual, cultural, artístico, deportivo,
ético y religioso, en los campos de la salud física y mental, en la maduración
de la personalidad, en la actitud de servicio a la sociedad en la cual vivimos,
personalidad total que deberá caracterizar al egresado.
Para Padrón
(2004), la labor del docente en el marco de las nuevas tendencias y paradigmas
educativos, debe guiarse por los siguientes criterios: su capacidad para
orientar, mediar, facilitar, es decir, trascender hacia la verdadera
comprensión del alumno, por otro lado, propone y genera una gestión del
conocimiento, que dista mucho de las apropiaciones meramente intelectuales,
porque da cabida a una labor pedagógica que se redimensiona en sí misma, pero
sin entropía, y acoge la diversidad del medio como razón externa e interna de
su propia existencia social y multicultural.
Por tanto el docente
universitario debe desarrollarse como un gestor de las transformaciones
sociales, con la misión de buscar que la educación impartida esté centrada en valores
humanos y sociales y no sólo en la transmisión de los saberes, ya que la formación del individuo
debe ser profunda y sensible en cuanto al compromiso social, la conservación y
respeto de la diversidad cultural y del ambiente, la superación personal
mediante el autoaprendizaje, el fortalecimiento de la autoestima y el
desarrollo de la apreciación por el arte en todas sus manifestaciones.
Como
decía Combs, algunas mejoras en educación pueden conseguirse invirtiendo
dinero, construyendo mejores escuelas (en este caso mejores Universidades), e
introduciendo nuevas materias, nuevos planes de estudio o nuevos recursos o
técnicas, pero los cambios importantes se producirán solamente cuando los
profesores cambien. Más, ¿qué tipo de formación recibe el profesor universitario
y a qué modelo de formación responde?
En
toda formación profesional se suelen diferenciar dos etapas, aunque en relación
con la formación de docentes pensamos que ellas se suceden naturalmente y no
existen escalones que las separen. La formación inicial y permanente del
profesorado se complementan en un todo continuado, que se corresponden con los
mismos ciclos vitales y personales del profesorado, en función de las
necesidades que la sociedad les demanda.
Para Shavelson
y Stern, su trabajo se desarrolla en un entorno complejo e incierto, donde cada
situación que se le plantea es un nuevo dato para tomar decisiones, por lo que
surge una visión de los docentes
como sujetos que toman decisiones y que requiere una preparación necesaria
en cuestiones instruccionales y curriculares. Es evidente que la práctica
activa y responsable de los profesores es crucial para la introducción de
innovaciones en las instituciones educativas. Los conocimientos y experiencias
de un curriculum orientado a la reflexión, solución de problemas y
planificación de la enseñanza, constituirían una base fundamental para
organizar los programas de formación del profesorado.
Díaz (2001), define la enseñanza
universitaria como un proceso fundamentado en un estudio multidisciplinario que
está comprometido con el desarrollo integral del aprendiz, con la cultura y la
ética profesional, con las transformaciones sociales y con el modelo
sociopolítico del país. En consecuencia, el docente universitario es una figura
clave en el proceso socioeducativo, por lo tanto, la universidad debe
responsabilizarse de su formación permanente para así garantizar un óptimo proceso
de interaprendizaje y mejorar la calidad académica y profesional de sus
egresados.
Ya que el rol del docente debe
estar orientado a formar profesionales integrales, que además de ser capaces de
desempeñarse en un área específica del conocimiento, sean capaces de percibir
la realidad como una sola, como una unidad compleja y no como un conjunto de
parcelas de conocimiento separadas, Gamus, expresa que: la tendencia en las
nuevas propuestas de educación es fortalecer la formación integral del ser
humano, una formación general con base en sus componentes científicos,
tecnológicos, éticos y humanísticos para promover transformaciones sociales.
En la sociedad actual y en la
denominada sociedad del conocimiento, se requieren de profesionales con alto
sentido crítico y ético, que tengan una formación integral técnica, científica,
social y humanística, y que sean capaces de dar respuestas a las crecientes
exigencias a las que se enfrentarán en su vida profesional como ciudadanos y
seres humanos. Sin embargo, para que esto sea posible, es necesario en primer
lugar, que el docente asuma una actitud crítica desde y en su propia formación,
la cual, lejos de centrarse solamente en la actualización en los últimos
avances del conocimiento de su materia específica, sea asumida desde la
perspectiva de la formación integral fundamentada en cinco componentes: ético,
pedagógico, científico, humanístico y tecnológico. El docente formado desde esta
nueva visión será capaz de: elevar las potencialidades de cada ser humano a
quien le corresponda formar, conducir experiencias significativas de
aprendizaje, más acordes con las necesidades reales actuales, conducir un
proceso de interaprendizaje más armonioso, que gire en torno al estudiante como
centro y eje del mismo, contribuir, con sus investigaciones al desarrollo de la
ciencia y la humanidad, ayudar a sus estudiantes a que construyan sus propios
conocimientos, en interacción con los recursos de aprendizaje, sus docentes y
otros pares y utilizar las nuevas tecnologías al servicio y en beneficio de su
práctica educativa. (Norelkys Espinoza y Mari Carmen Pérez Reyes)
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