Vivimos momentos difíciles y
atravesamos por circunstancias que muchos no habíamos soñado y que otros con su
voto, apostaron a que jamás se sucederían, sin embargo la realidad que nos
circunda se ha encargado de quitarnos la venda a muchos.
Se ha sembrado odio y división
por parte de radicales que existen dentro de todas las culturas y tendencias
políticas o religiosas que conviven dentro de nuestra sociedad. El país tiene
varias caras dependiendo de quien lo lea y las intenciones de esa lectura.
La irracionalidad comienza a
posesionarse del venezolano cansado, hastiado y ya hasta impotente de hacerle
frente a la tristeza, la desesperanza, el cansancio y las ilusiones y promesas
incumplidas. No estamos en momentos para líderes mesiánicos ni profetas, ya
sean del desastre o de las soluciones mágicas, tampoco para adivinos encargados
de sembrar falsas esperanzas. Esto le ha hecho mucho daño al país, cualquiera
sea la tendencia o la acera dónde uno se ubique. Le ha hecho daño tanto a los
seguidores del oficialismo como de la oposición. Todos quieren una salida
pacífica, indolora y rápida, pero todos siguen aferrados a sus creencias.
Pareciera que quienes lideran
las tendencias políticas gobernantes se les olvidó la racionalidad y la
capacidad de negociación y manejo de conflictos, se toman decisiones que lejos
de producir acercamientos necesarios producen alejamientos obligados y esto es
también consecuencia de la lucha de poderes que hoy vivimos. Unos aferrados y
utilizando a los otros poderes sin importar las violaciones que se produzcan a
nuestra carta magna y otros, los que representan al pueblo, elegidos en
sufragios populares validados por el CNE y los observadores internacionales,
tratando de rescatar la institucionalidad y la gobernabilidad pero luchando
contra factores internos que quieren circular por el canal rápido y a exceso de
velocidad y contra los que fueron seleccionados a dedo fuera de los lapsos
constitucionales y sin credenciales visibles ni creíbles.
Frente a esta triste e
incomprensible realidad, se encuentra el verdadero protagonista del hecho
democrático llamado popularmente “el soberano”, domado en su bravía y diezmado
en sus derechos, que le han sido arrebatados por la fuerza y la represión
brutal a la que ha sido sometido, lo cual en consecuencia ha traído rabia,
impotencia, dolor, sed de venganza, intolerancia y otros sentimientos negativos
que se vienen incubando poco a poco, producto de la falta de soluciones y de
respuestas efectivas por parte de los entes encargados.
No hay agua y por tanto debemos
vivir con las restricciones que se imponen a partir de esa realidad innegable aun
cuando se busquen culpables como “el niño”, que la mayoría sabe que ese
fenómeno solo se presenta en al área del pacífico y Venezuela queda hacia la
ventana atlántica, de allí que deba restringirse el servicio eléctrico con las
consecuencias que de ello se derivan. No hay abastecimiento ni de materias
primas, ni de alimentos, ni repuestos, medicinas, ferretería, agroquímicos,
fertilizantes, semillas, insumos y pare de contar, lo cual ha obligado a un
cambio de cultura. Ahora las 8 horas de trabajo, 8 horas de descanso y 8 horas
de sueño no existen. Se trabaja lo que se puede, se duerme poco y el descanso
se realiza desde horas de la madrugada hasta bien entrada la tarde o noche en
una cola para ver que se compra, sin garantías de poderlo adquirir ni siquiera
como recompensa por las horas pasadas en esa terrible cola, dónde atracan,
matan, paren las embarazadas primerizas o no, se producen infartos y ¿porque no?
Uno que otro chistecito, pero todo esto no es más que caldo de cultivo que
puede llevar a situaciones incontrolables donde se volverán unos contra otros y
pelearan los hermanos, porque va a ser más poderoso el espíritu de
supervivencia que los valores humanos y el cumplimiento de unas leyes que no
obedecen a la realidad que se está viviendo.
Ya vemos linchamientos producto
de la impotencia que se siente frente al gran problema de falta de seguridad y de
políticas públicas efectivas que puedan atacar con fuerza y dedicación este
flagelo. Tomar la justicia en nuestras propias manos no nos va a dejar nada
bueno. No nos va a revivir a los deudos ni nos va a devolver lo que nos haya
sido despojado o robado, pero es que algunos ya tiene la necesidad del
desahogo. Son muchos años conteniendo esos sentimientos negativos y la
respiración para no arremeter contra nuestros semejantes y cometer atrocidades.
No hablemos ni toquemos el punto de los saqueos, ya esto se ha convertido en
cotidianidad.
Nuestra Fuerza Armada, otrora
admirada y respetada, hoy forma parte del escenario político polarizado y entra
en la diatriba con el temor que eso genera a gran parte de la población, aun
cuando la mayoría de sus miembros son congéneres iguales a nosotros, viviendo y
padeciendo las mismas calamidades, pero además en muchos casos odiados y
rechazados.
Sin embargo frente a esta
espeluznante realidad, todavía queda optimismo aunque muchos, amigos y/o
familiares inclusive no entiendan porque somos optimistas. Sigo soñando con una
Venezuela distinta y sigo trabajando desde mi lugar en la sociedad por
alcanzarlo. Con tristeza propia y en ocasiones ajena, veo algunos amigos y
hasta compañeros de aventuras laborales con la tristeza propia y la desazón de
quienes no avizoran soluciones y me confieso a mí mismo que eso es el reflejo
del fracaso del modelo educativo. No hemos podido o no hemos sabido formar al
hombre para afrontar de manera decidida y exitosa, los episodios negativos a
los cuales debemos enfrentarnos. Veo compañeros de la aventura académica que
llevamos a cabo, hablar de resiliencia, pero no los veo practicarla, lo cual me
produce una tristeza profunda.
Este submarino aún no ha tocado
fondo, debe seguir descendiendo más para luego emerger con todo el ímpetu del
impulso tomado en las profundidades, pero para muchos, incluidos algunos
líderes políticos la urgencia se está privilegiando sobre la importancia y el
proyecto de país. Ninguna recuperación es milagrosa, muchas veces la salida del
quirófano produce más dolor que la operación en sí, pero hay gente que de
manera irresponsable sigue ofreciendo soluciones mágicas y peor aún, quedan
letrados que están comprando ese discurso y cuando esto sucede y no se ven
soluciones, se producen las frustraciones, los desencantos y con ellos la
incredulidad sobre los actores que intentan soluciones y recuperación.
La susceptibilidad está a flor
de piel y algunas personas y en ocasiones nuestros propios compañeros de labor,
piensan que cuando hablamos en términos de optimismo nos estamos burlando y
nada más lejos de la realidad, pero esto es lo que sucede cuando la
contradicción informativa nos bombardea y no hallamos en quién creer.
Indudablemente cada vez debemos
ser más cuidadosos en nuestro hablar, estamos conscientes de la relatividad de
la verdad y jamás intentamos imponer criterios o puntos de vistas. Nada más
agradable que una discusión que abarque distintos tópicos con gente inteligente
y sin dogmas. La apertura ideológica es algo que corresponde a mis tesoros y
mis riquezas, que no son materiales sino intangibles, amigos, libertad de
opinión, puntos de vistas contrastantes y sobre todo el respeto al humano.
Sigo viendo a Venezuela como el
país de las oportunidades y como alguien dijo alguna vez: “el país que Dios le
encargó a Walt Disney”, sigo apostando a estos maravillosos paisajes y
escenarios, sigo creyendo en el venezolano y sobre todo en el que lucha por
labrarse un mejor futuro. Respeto al que emigra, no soy juez natural de nadie y
sigo en mi terruño, recorriendo buena parte de la geografía nacional para
llevar el sueño y la ilusión de la educación y de un mejor futuro.
No va a ser fácil y son muchos
los obstáculos que se deben sortear, todos los días nos encomendamos al creador
y le pedimos por la salud, la familia, los amigos y porque nos permita regresar
vivos y con bien a nuestros hogares y todo esto en aras de la Venezuela que soñamos
y nos merecemos.
Cada vez escucho con mayor
atención y placer, los acordes en distintas versiones de esa gran canción llamada
Venezuela, escrita por los españoles
Pablo Herrero Ibarz y José Luis Armenteros Sánchez, quienes como hecho curioso
no son grandes conocedores de Venezuela. Por confesión de Pablo Herrero: Estuvimos
en Caracas antes y durante la grabación viviendo en Las Mercedes. Los fines de
semana íbamos a la playa de Higuerote a descansar. Conocimos Maracaibo,
Canaima, la sabana y el Caribe. De eso se llenaron nuestros ojos.
Cuando estos españoles se
enamoraron de Venezuela y apostaron por ella con la letra de esa fabulosa
canción, entonces, ¿Cómo no voy yo a apostar por mi querido país?