Hasta ahora el término experiencia había sido algo indispensable en
nuestra vida y sobre todo a nivel profesional. Podría decirse que se veía como
sinónimo de competente y escuchamos muchas veces las quejas de los
profesionales recién graduados, me piden tantos años de experiencia y como la
consigo si no me dan trabajo. Aprendimos a compartir la angustia de esos
muchachos que se incorporaban al mundo laboral como aprendices en búsqueda de
la tan anhelada experiencia, sin embargo, llegó el momento de cuestionar a la
famosa experiencia.
Si vemos las denominaciones o definiciones más comunes para la
experiencia, tenemos que: “xperiencia, del latín experientĭa,
es el hecho de haber presenciado, sentido o conocido algo. La
experiencia es la forma de conocimiento que se produce a
partir de estas vivencias u observaciones.”
En concreto, ese vocablo latino se compone de tres partes diferenciadas:
el prefijo ex, que es sinónimo de “separación”; la raíz
verbal peri-, que puede traducirse como “intentar”, y el sufijo –entia,
que equivale a “cualidad de agente”.
Otros usos del término refieren a la práctica prolongada que
proporciona la habilidad para hacer algo, al acontecimiento
vivido por una persona y al conocimiento general
adquirido por las situaciones vividas. (Tomado de: https://definicion.de)
Según wikipedia: “Experiencia (del latín experientĭa,
derivado de experiri, «comprobar») es una forma de conocimiento o
habilidad derivados de la observación, de la participación y de la vivencia de
un evento proveniente de las cosas que suceden en la vida, es un
conocimiento que se elabora colectivamente. Es aquella persona que tiene
conocimientos más avanzados.”
“La experiencia es base fundamental del conocimiento y conjuntamente con
los estudios garantiza el ser un excelente profesional. La experiencia en el
campo laboral es la acumulación de conocimientos que una persona o empresa
logra en el transcurso del tiempo. Un abogado mientras más años tenga en el
mercado mayor será su experiencia a la hora de realizar una demanda. La
experiencia está estrechamente relacionada con la cantidad de años que una
persona tiene ejerciendo un cargo: Mientras más años tienes ejerciendo dicho
cargo mayor será su conocimiento del mismo.”
En la modernidad la cuestión de la experiencia se plantea como cuestión
gnoseológica, como problema de la teoría o crítica del conocimiento. En concreto
la experiencia indica la referencia del conocimiento, a partir de la cual tiene
que elaborarse, a la que ha de adecuarse, responder y corresponder, de la que
tiene que dar razón o incluso la que ha de ser su contenido. "En la medida
en que el entendimiento humano haya de ser fuente de algún tipo de certeza que
vaya más allá de la mera autoconciencia, debe apuntar a algo que no sea él
mismo"; ese algo, lo otro del entendimiento, “en relación con lo cual se
puede plantear la cuestión de la certeza como objetividad que rebasa los
límites del cogito, recibe el nombre de experiencia” (Vázquez
Lobeiras, María Jesús, "Immanuel Kant: el giro copernicano como ontología
de la experiencia", en: Endoxa núm. 18 (2004) 69-93
citado por Gabriel Amengual)
Para comprender qué es la experiencia, el diccionario de la Real
Academia Española reconoce 4 acepciones:
1. El hecho de haber
sentido, conocido o presenciado algo.
2. La práctica prolongada de
algo que entonces nos proporciona conocimientos y la capacidad de hacerlo cada
vez mejor.
3. El conocimiento que
tenemos sobre la vida, sólo por haber vivido.
4. Algo que alguien vive.
Entonces, la definición de
experiencia podría aplicarse a dos grandes conjuntos que se
relacionan directamente: experiencia
es el conjunto de situaciones y cosas que hacemos y vivimos, pero también es lo
que hemos aprendido de esas acciones del conjunto anterior. Tomado de: https://diccionarioactual.com/experiencia-2
En general se entiende por experiencia todo aquello que depende, directa
o indirectamente, de la sensibilidad; es decir, el conjunto de contenidos que
proceden de los sentidos, ya se refieran dichos contenidos a un acto
cognitivo o a un acto vivencial (emocional) de modo que el ámbito de la
experiencia viene a identificarse con el ámbito de la sensibilidad, de la
percepción sensible.
En un sentido más cotidiano se entiende por experiencia el saber acumulado por una persona mediante el aprendizaje (por repetición, las más de la veces) o por una vivencia reflexiva sobre las circunstancias profesionales o vitales, en general. (Glosario de filosofía)
En un sentido más cotidiano se entiende por experiencia el saber acumulado por una persona mediante el aprendizaje (por repetición, las más de la veces) o por una vivencia reflexiva sobre las circunstancias profesionales o vitales, en general. (Glosario de filosofía)
Al revisar los conceptos anteriores puede observarse que todos ellos
refieren a la experiencia como algo pasado o del pasado, o lo que es lo mismo,
los saberes acumulados y por ello, debe cuestionarse ahora la importancia que
le damos a la experiencia.
Si tomamos ese criterio de saberes acumulados para
saber lo que no debemos hacer, pues entonces la experiencia debe ser bienvenida
a nuestras vidas, pero si se pretende utilizar como la base del conocimiento
para los que saben hacer algo, entonces estamos cometiendo un error garrafal,
ya que estaremos construyendo el futuro sobre la base de lo que hicimos en el
pasado y no sobre lo que tenemos que hacer para dar respuestas a las
necesidades del mañana.
Ya se ha cuestionado bastante a la educación tradicional por seguir
enseñando solo cosas del pasado, sin preparar a los educandos para afrontar de
manera exitosa el futuro que debe labrar, pues ese mismo error, es el que se
comete cuando damos preponderancia a los expertos en temas del pasado y descalificamos
a los aprendices en temas del futuro.
Ha llegado el momento de preguntarnos ¿a quién quiero incorporar dentro
de mi equipo de alto rendimiento?, ¿a los especialistas en conocimientos
adquiridos en el pasado y sin estar actualizados o a los aprendices que
diseñarán los nuevos procedimientos acordes a los desarrollos tecnológicos,
sociales y económicos?
¿Deseará la gente ser atendida por un profesional de la medicina experto
en determinada materia graduado hace 20 años, o por un recién graduado formado
en el uso y aplicación de nuevas tecnologías y con una nueva visión de la
medicina?
La respuesta a esa interrogante es la que nos hace cuestionar el papel
de los expertos sin actualizaciones constantes y a los cuales ya los ha
alcanzado la obsolescencia prematura de los saberes. Todo experto que se precie
de ser tal, debe dejar de llamarse experto y autodefinirse como aprendiz del
futuro para poder dar respuesta a los avances de la sociedad.
La educación es el bien o servicio más preciado que puede tener el ser
humano, pero también debe tenerse presente, que los saberes pierden su vigencia
y pertinencia a una velocidad directamente proporcional a los desarrollos que
se alcancen en todos los campos del saber humano.
La sociedad de consumo y la
obsolescencia programada son la base del sistema económico y social
actual. Pero a diferencia de lo que muchos creen, este sistema no es nada
nuevo, sino que empezó a utilizarse en la década de 1920. La revolución
industrial derivó en la producción
masiva de todo tipo de productos. Ante la enorme oferta de todo
tipo de artículos, era necesario crear una demanda constante. Para lograrlo, se
incentivó la compra a través de la obsolescencia: era necesario que los
productos no durarán toda una vida, sino que se rompieran y así los clientes se
verían obligados a adquirir otros nuevos. (Rosario Casas)
Ante este hecho, debemos estar preparados para dar respuesta a
situaciones que ya han sido previstas y sin embargo, un siglo después, nuestros
muchachos, entendiéndose que generalmente nos referimos con este término a los
estudiantes de todos los niveles, siguen teniendo como base educativa, el libro
de papel, el aula física y el docente graduado con los xx años de experiencia y
que mucha gente sigue considerando que mientas xx sea mayor, mayor también será
la calidad educativa.
La educación debe adecuarse a los tiempos que cada generación vive y
desarrolla y a su vez, debe ser entendida como un servicio con obsolescencia
programada. Al alcanzar el grado universitario se nos entrega una patente para
ejercer una profesión, pero al sistema educativo en general, se le olvida esa
obsolescencia programada y más nunca se preocupa de la actualización de esos
profesionales, a los que se les otorgó la licencia para ejercer en la dimensión
del pasado. Ese profesional del pasado, fue formado con libros del pasado, con
maestros del pasado y con universidades del pasado para que ejerza su profesión
¿cuándo?, ¿en el pasado o en el presente y hacia el futuro?
De acuerdo a lo expresado en párrafos precedentes, cabe la siguiente
interrogante: ¿será que los títulos universitarios deben ser eternos o deben
tener fecha de caducidad? Todos nuestros documentos personales tiene fecha de
caducidad, nuestra cédula de identidad vence, nuestra licencia de conducir vence,
nuestra tarjetas de débito y crédito vencen, nuestro pasaporte vence y
cristianamente los renovamos en la fecha que se corresponda y vencemos todos
los obstáculos que nos coloquen para lograr tal renovación.
Ante esa situación, debemos preguntarnos ¿Por qué nuestro título
universitario no vence?, ¿será que los saberes adquiridos son eternos y no
obsolecen?
Situación análoga ocurre con la experiencia, esa que hemos adquirido a
través de esos estudios realizados en el pasado y para el pasado, las vivencias
que hemos experimentado, pero que no son pertinentes ante la incertidumbre del
futuro que habrán de labrar las nuevas generaciones y que requieren
competencias distintas a las adquiridas hasta el presente.
La recertificación de competencias es la gran opción para evitar la
obsolescencia prematura del talento humano, a la vez que obliga a los
operadores educativos y entes burocráticos del Estado, a mantener la
actualización constante para que no se convierta en experiencia y mantener a
nuestros profesionales en modo de aprendizaje permanente.
La mesa está servida para el debate y la discusión sobre el tema y la
necesidad de actualización constante, lo cual nos debe obligar a declararnos
aprendices eternos y no expertos desactualizados.
¿Por cuánto tiempo debería ser valido nuestro título universitario antes
de someternos a la recertificación de las competencias que se supone alcanzamos
al graduarnos como profesionales y que debemos seguir demostrando de manera
actualizada, para no colocar en peligro a los seres humanos o instituciones que
nos contrataron con base a las credenciales presentadas?